lunes, 15 de septiembre de 2014

La Proposición: Capítulo 52

—Que gusto verte, hijo —respondió el padre de Peter con una sonrisa. Protegió sus ojos del sol y miró a Lali—. ¿Y quién es esta linda dama?

—Ella es Lali Espósito. Ella y yo trabajamos juntos.

Lali extendió su mano y sonrió.

—Es un placer conocerlo Sr. Lanzani.

—Por favor llámame Juan —contestó, estrechando su mano—. ¿Te gustan las rosas, Lali?

—Sí me gustan. Solo estaba admirando todas tus hermosas flores.

—Ven entonces. Déjame mostrarte mi jardín de rosas. —Extendió su brazo
como un caballero del pasado, y Lali deslizó el suyo a través del de él.

Caminaron a zancadas a través del patio frontal con Peter siguiéndolos detrás. Cuando giraron la esquina, Lali jadeó ante el arcoíris de colores.

—¡Oh esto deja sin respiración!

—Gracias. Estaba trabajando en integrar varias nuevas especies.

El teléfono de Peter timbró. Después de que lo sacó de su bolsillo, gruñó. Juan y Lali le echaron un vistazo.

—Es del trabajo. Es mejor que tome esto.

—Adelante, hijo. Las rosas todavía estarán ahí cuando termines —respondió Juan, con amabilidad.

Peter caminó alrededor hacia la esquina de la casa. Lali delicadamente tocó una rosa antes de inclinarse y olerla. La intoxicante fragancia perfumó sus sentidos, y suspiró con placer.

—Estas son tan hermosas.

Juan sonrió con orgullo.

—Esas son Don Juan o Dulces Rosas del Corazón. También son conocidas como rosas escaladoras porque crecen bien en las glorietas y en los costados de los edificios. Lo bueno sobre ellas es que son muy resistentes pues no necesitan que se poden mucho para volver año tras año. —Juan trazó su dedo sobre una de las espinas—. De hecho mi última esposa plantó estas.

El corazón de Lali dolió con su triste expresión. Se estiró y frotó el brazo de Jaun tiernamente.

— Peter me dijo que ella murió. Siento mucho tu pérdida. De alguna manera, sé cómo se siente perder a alguien que es todo tu mundo.

—¿De verdad? —preguntó suavemente Juan.

—Mi madre murió de cáncer hace dos años. Ella lo era todo para mí, especialmente después de que mi padre fue asesinado cuando tenía seis. —Ella le dio una sonrisa triste—. Algunas veces se siente como que nunca lo superaré…como si solo tendré este enorme agujero en mi corazón por el resto de mi vida.

Juan asintió.

—Sí, así es exactamente cómo se siente. —Tomó la mano de ella en la suya y la apretó firmemente—. Gracias por compartir eso conmigo.

—De nada.

El silencio colgaba alrededor de ellos mientras Lali seguía admirando el jardín de Juan. Acababa de inhalar lo que imaginó era una rosa amarilla de Texas cuando la voz de Jaun la sorprendió.

—¿Entonces tú y mi hijo trabajan juntos?

—Estamos en la misma compañía, pero él en realidad trabaja unos pisos encima del mío.

—Ya veo.

Lali levantó la vista de la rosa que estaba admirando para encontrar a Juan dándole una mirada conocedora.

—¿Y ustedes dos esperan que crea que no hay nada entre ustedes sino que trabajan juntos? —preguntó, con una sonrisa.

Lali se sonrojó.

—Bueno, no, quiero decir, es complicado.

—¿No es el amor siempre complicado?

—Es-eso creo. Pero solo nos hemos conocido el uno al otro por un par de meses, así que él no está enamorado, quiero decir, no estamos enamorados.

Juan apretó sus labios.

—¿Ves esta rosa?

Kaku asintió.

—No parece como si fuera a florecer, ¿no es cierto?

Inclinando su cabeza, Lali miró el capullo cerrado.

—No, no parece.

—Ah, pero ahí es donde las apariencias engañan. Algunas veces las que florecen más rápido se debilitan más rápido. Son estas las que son más difíciles de coexistir afuera las que hacen algunas de las más hermosas flores. —Cortó un largo tallo de un Don Juan y se lo entregó a Lali—. Puedes decirme que tú y Peter no están enamorados, pero las apariencias engañan.

Ella jadeó y casi soltó la rosa. Abrió su boca para discutir con Juan, pero Peter llegó caminando a zancadas.

—Lo siento por eso.

—Está bien, hijo. Estaba disfrutando conocer mejor a Lali —respondió Juan. —Lali agachó su cabeza para evitar su intensa mirada—. ¿No se unirán conmigo para comer?

—De hecho estaba en proceso de llevar a La a almorzar cuando llamaste…

—Puff, ¿quién quiere un almuerzo cuando puedes tener una comida casera? Es el pastel de carne de tu madre.

Lali observaba mientras los ojos de Peter se iluminaban, y sabía que se podía olvidar su antojo de panqueques.

—Eso suena delicioso —dijo.

Peter levantó sus cejas de manera inquisitiva, y ella asintió.

—De acuerdo, entonces, nos quedaremos.

—¡Maravilloso! —exclamó Juan, haciéndoles señas hacia la puerta trasera.

Lali sonrió.

—Tengo que admitir que estoy muy impresionada con las habilidades culinarias de los hombres Lanzani.

Juan miró a Peter sobre su hombro.

—Oh, ¿has cocinado para Lali?

Ella luchó con la urgencia de soltar una risita ante lo que parecía como un rubor subiendo por las bronceadas mejillas de Peter.

—Sí, solo algunos camarones rebozados. Nada emocionante.

—Solo está siendo modesto. Estuvo delicioso.

Juan sostuvo la puerta abierta para ellos.

—Supongo que nosotros los hombres Lanzani hemos sido forzados a aprender a cocinar, yo por ser un viudo y Peter por ser un confirmado soltero.

—Estoy segura que lo que hayas preparado será delicioso —dijo Lali.

Juan levantó una agarradera del horno.

— Peter, ¿por qué no llevas a Lali al comedor y colocas otro plato en la mesa mientras junto la comida?

—¿Por qué no me dejas ayudarte? —ofreció Lali.

Él sonrió.

—Eso sería maravilloso.

Una vez que todo estaba terminado, se sentaron. Juan alcanzó sus manos.

— Peter, ¿darías las gracias?

La boca de Lali se abrió de golpe con la sorpresa. Nunca en un millón de años habría clasificado a Peter como alguien remotamente cerca a ser religioso, al menos para ser el encargado de dar las gracias.

Mientras extendía su mano por la de ella, Peter le guiñó un ojo.

—Cierra la boca, La. Atraparás una mosca así.

Ella apretó sus labios juntos y le lanzó una mirada asesina. Pero cuando tomó su mano en la de ella y entrelazó sus dedos tiernamente sobre sus nudillos, su ira se evaporó.

—Querido Dios por lo que estamos a punto de recibir estamos verdaderamente agradecidos. Amén.

Mientras levantaban sus cabezas, Juan repitió:

—Amén.

Lali le dio una sonrisa tímida a Peter y murmuró:

—Corto y dulce. —Él solo se rio entre dientes y puso su servilleta en su regazo.

En el momento que Juan destapó la cacerola, el estómago de Lali se apretó. Oh, no, ahora no. ¡Por favor ahora no! rogó silenciosamente. Mientras el aroma a carne invadía sus fosas nasales, las náuseas la rebasaron. La bilis se levantó en su garganta, y sujetó su mano sobre su boca.


—¡Lo siento! —murmuró antes de saltar de la mesa, derribando su silla en el proceso.


CONTINUARÁ...

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